29 septiembre 2007

20. Quedarse dentro. Salir.



1.
A pesar de hundirme en la butaca, cerrar los ojos y desaparecer durante unos minutos durante alguna de las proyecciones de este festival, nunca he dormido en el interior de un cine. Quiero decir que nunca me he quedado durante toda la noche en el patio de butacas de una sala de proyección. Y es algo que me gustaría hacer algún día: llevar una colchoneta, ponerla bajo la pantalla, extender un saco de montaña, prepararme un té o algo caliente en la sala del proyector, pasear por detrás de la pantalla y por los pasillos de la parte alta del edificio y después bajar, tumbarme y dormir en el interior de un cine. Una vez entrevisté a un campeón nacional de ping pong y le pregunté si alguna vez había dormido debajo de la mesa en la que entrenaba. Al tipo le sorprendió mucho aquella pregunta y después me confesó que nunca nadie le había preguntado algo así. Y le costó responderme. Se quedó pensando un rato, después me sonrió, volvió a quedarse callado para al final confesar que no, que debajo de la mesa no había dormido nunca. Pero sí encima. El campeón de ping pong había dormido muchas veces sobre la mesa y yo entendí aquella respuesta como una forma más de entrenamiento avanzado.

2.
Amaya González Granell vivía al lado de un cine en Cangas del Narcea (Asturias). El cine era de su familia y se llamaba Trébol. Lo que no recuerdo ahora mismo es si el trébol era de tres o de cuatro hojas. Alguna vez le pregunté si desde su casa se escuchaban las películas. Siempre me ha llamado la atención el cine de tabiques, el cine invisible, fantasmal, el cine en el que las voces de los actores suenan en los pasillos y habitaciones de una casa sin que los actores y actrices aparezcan por ningún lado.

3.
Durante este festival he tratado de dormir durante el pase de dos películas. Pero no lo he conseguido y he terminado saliendo de la sala.
Emotional Arithmetic (2007, Canadá), del director Paolo Bazamn.
Shadows in the Palace (2007, Corea del Sur), de la directora Meejeung Kim.
La primera película habla del pasado y del presente de tres personajes que coincidieron en un campo de concentración durante la Segunda Guerra Mundial. Pero yo estaba demasiado cansado. Y ni siquiera las interpretaciones de Susan Sarandon y Max von Sydow lograron acercarme a la pantalla. Cabeceé dos veces. Busqué la mejor posición en la butaca y no lo conseguí. Aproveché una secuencia nocturna para escapar a las calles de San Sebastián.
Con la película coreana lo que me pasó fue que yo esperaba otra cosa. La sinopsis y las imágenes de prensa hacían presagiar una de esas películas con saltos, vuelos, espadas y patadas secretísimas. Algo de acción elegante y preciosista, como las de Tigre y Dragón (Ang Lee, 2000) o las últimas de Zhang Yimou. Pero las sombras de palacio resultaron ser una mezcla de película de terror, torturas chinas, Sherlock Homes en la figura de la acriz protagonista y confusión argumental llevada al extremo. Las butacas serias y de respaldo bajo del cine Kursaal 1 apenas me permitieron intentar el sueño, por lo que justo en una secuencia en la que todo el palacio miraba hacia otro sitio, escapé por una de las puertas laterales.

4.
Salir.
Puede suceder que al salir de una sala de cine en mitad del pase de una película no haya nada en el exterior. Que la ciudad no exista. Que las calles estén destruidas, que no quede gente, que las palomas hayan desaparecido, que los autos estén con las puertas abiertas y sin nadie dentro. Es algo así como volver a una casa a la que ya no vamos a volver: es el último día de verano, cerramos con dos vueltas de llave la casa en la que hemos pasado quince días, subimos al auto, conducimos durante media hora y entonces nos acordamos de que la cartera ha quedado sobre la mesilla de noche. Y volvemos. Y volvemos cuando ya no teníamos que volver nunca más a esa casa alquilada. Y al abrir con dos vueltas la puerta de la casa, las cosas ya no están en su lugar, todas las habitaciones son diferentes, no reconocemos ninguna de las estancias ni de los cuadros colgados en las paredes. Y la cartera está allí, sí, sobre la mesilla, pero la casa es otra, a pesar de que es la misma casa, la casa es otra, porque no teníamos que volver, porque ya nos habíamos ido para siempre.

5.
De todas las películas que no he visto durante este festival hay una de la sección oficial que me hubiera gustado ver. Se titula A thousand years of good prayers (EstadosUnidos, 2007) y la dirige Wayne Wang, el director de Smoke (1993). Un amigo me dijo que era algo así como Lost in translation (Sofia Coppola, 2003) pero al revés. Yo había pensado incluso titular mi crónica en forma de espejo (y con resultados orientales además): Noitalsnart ni tsol. Pero al final no llegué al pase y el ritmo del festival me llevó a otras salas los días en los que la repetían. Pero dicen que es una buena película y que podría llevarse algún premio.

6.
Y en ese paseo por las calles de San Sebastián mientras en las salas seguían proyectándose las películas me pasó un poco lo que sucedía en la casa de Amaya en Asturias: que las voces de los actores y de las actrices se mezclaban con la vida y con la ciudad. Que el cine lo invadía todo.

1 comentario:

Ander Izagirre dijo...

Sobre el pingponglari nipouruguayo y sus cabezadicas sobre la mesa: Fausto Coppi -il campionissimo- tenía un masajista ciego que le hacía dormir en posición fetal, para que los músculos permanecieran en la posición más parecida a la de la bici. Entrenarse hasta durmiendo.