26 septiembre 2007

17. Ser otros



ENTREVISTA AL ACTOR URUGUAYO CÉSAR TRONCOSO
La cita es en uno de esos salones elegantes de corte clásico en los que bailaron, comieron, pasearon, bebieron y hablaron de sus películas estrellas como Audrey Hepburn, Orson Welles, Sofía Loren, Luis Buñuel, Kirk Douglas o Alfred Hitchcock.
El Hotel Maria Cristina de San Sebastián se convierte durante los días del festival de cine en el lugar de encuentro entre periodistas, realizadores, actores y actrices que presentan durante estos días sus películas en la muestra cinematográfica.
Los agentes de prensa se mueven de un lado a otro mientras coordinan notas con los medios y gestionan como pueden los escasos huecos de las agendas de las estrellas. Mientras tanto, en las mesas de los diferentes salones y en la barra del bar del Hotel, se sigue hablando de celuloide, de proyectos y de futuras imágenes. También todo esto forma parte del mundo de las películas; a pesar de que en el hotel no hay pantallas, a pesar de que las proyecciones suceden en otros lugares, también las diferentes estancias de este lugar forman parte del espectáculo.
Durante nueve días, toda la ciudad de San Sebastián es una ciudad de cine. Y los pasillos de este hotel, con sus referencias clásicas y sus recuerdos en blanco y negro, tienen mucho de película antigua. De extraña película antigua, pues los trajes de alta costura, smokings y misteriosas lentes de sol del cine de otra época han dado paso a un ajetreo constante de teléfonos celulares, ordenadores portátiles y televisiones de plasma emitiendo continuamente imágenes de lo que está sucediendo en los cines de la ciudad.
En uno de esos salones me espera Beto, el contrabandista de El Baño del Papa, la película de Enrique Fernández y César Charlone que se pasa en la sección Horizontes Latinos del festival. En la misma habitación aguarda también Iván Gudari, uno de los potagonistas de la película Matar a todos de Estaban Schoeder, que se presenta en la Sección Oficial a concurso.
Siempre que me junto con un actor o una actriz tengo la sensación de estar con muchas personas al mismo tiempo. En este caso, cuando por fin la agente de prensa me avisa de que es mi turno y puedo pasar, encuentro sólo a una persona en la habitación de las entrevistas. Pero esto no es una entrevista uno-a-uno sino otra cosa, pues el actor con el que estoy se presenta en San Sebastián con dos películas, con dos papeles en pantalla, dato que quizá se dé por primera vez en la historia del cine del Uruguay.
César Troncoso lleva ya varios días por San Sebastián. El baño del papa se ha pasado ya en dos ocasiones en este festival con la sala llena de público en ambas proyecciones y en breve se estrenará a concurso Matar a todos, película que el actor aún no ha podido ver terminada.
Comenzamos esta charla hablando precisamente de esa doble presencia, de la feliz esquizofrenia de un actor de teatro que un día, no hace mucho, se convirtió en actor de cine.

¿Qué supone estar en San Sebastián con dos películas?

Lo primero que yo pienso de todo esto es en lo extraño que es. Porque El baño del Papa es la segunda película que yo hice y Matar a todos la tercera. Y es muy raro que coincidan en un festival de clase A como San Sebastián. No es que uno tenga tanta continuidad en el mundo del cine como para que dos películas estén a la vez en un festival tan grande como este. Por eso lo primero que siento es extrañeza. Pero después está el placer de representar a nuestro cine, de disfrutar de esta oportunidad.

¿Y cómo se lleva eso de tener dos película en las pantallas,de tener que hablar durante todos estos días de dos personajes tan diferentes como el de El baño del papa y Matar a todos?

Bien, esa esquizofrenia se lleva bien, maravillosamente, ojalá fuera más seguido que sucedieran estas cosas. Lo que me gusta precisamente es que son dos papeles muy diferentes: en un caso es un pequeño contrabandista y en el otro es el militar hermano de la protagonista. Y esto es lo mejor que a uno le puede pasar como actor. Yo no trabajo en teatro o en cine para hacer siempre de mí o para hacer siempre el mismo papel. Yo trabajo precisamente para poder mostrar un abanico de posibilidades y personajes y disfrutar con los cambios que eso implica. Por eso lo de tener las dos películas aquí y con papeles tan diferentes es parte del placer de ser actor.

¿Cuáles han sido entonces las diferencias en el proceso de creación de estos dos personajes que representas?

Lo que yo creo que cambia, lo que diferencia los dos trabajos, tiene que ver con la presencia de no actores en El baño del Papa. Esa circunstancia obligó a los directores a pensar alternativas para que no se perdiera la espontaneidad de los actores. El no actor suele hacer de sí mismo y empléa diferentes recursos al de un actor profesional. Y el asunto es precisamente no matar esa naturalidad. En la otra película sin embargo, el hecho de que todos fuéramos actores profesionales marca otra manera de trabajar. Todos tenemos un color similar, una manera parecida de abordar un texto, de aprender una letra, de trabajar el guión.
La diferencia pasa por ahí: en una película se improvisó mucho, se buscó la frescura, se trató de tomar el tono y las formas de la gente de Melo; en la otra funcionamos aprendiéndonos un texto y diciéndolo convenientemente. Y el trabajo y los matices surgían del trabajo con el guión. Lo interesante para mí es que ahora puedan verse aquí esas dos experiencias de trabajo.

¿Qué supone para un actor asistir como espectador a un gran festival de cine como el de San Sebastián y verse por vez primera en la pantalla grande y con la presencia del público?

Te cuento lo que me pasó en Cannes con El baño del Papa, porque Matar a todos no la he visto todavía con público y terminada. Lo que me pasó en Francia fue que me invadió una sensación muy grande de extrañeza. Porque es muy fuerte para mí ver por primera vez una película en la que trabajé y hacerlo además en un marco como aquel. El entorno, el lugar en el que sucedió aquel estreno, con el paseo por la alfombra roja y todo eso fue muy especial. Son cosas que en Montevideo no pasan. Por otro lado, tambié me sucedió que al no haber visto nunca nada del material rodado y del proceso de montaje, me sorprendió mucho la película que terminó quedando. Yo recordaba escenas que después en la edición se quitaron, por lo que me encontré viendo una película que no recordaba haber rodado. Recién en la segunda y en la tercera pasada empecé a decir “Bueno, esta es la película, la definitiva, la que ha terminado quedando”. Y ahí sí, cuando me acomodé, comencé a disfrutar de otra forma. Me olvidé ya del entorno mágico de Cannes, de mis recuerdos del rodaje y empecé a disfrutar de la buena película que quedó. Y yo pienso que con Matar a todos me va a suceder algo similar, con la diferencia que ya tengo el antecedente de Cannes y que ahora podré manejarlo con más experiencia. Eso espero por lo menos, poder disfrutar de la película de primeras, si tener tanto movimiento interior.

¿Son por lo tanto este tipo de proyecciones en un festival el final de un proceso para un actor, la culminación de un trabajo que a veces dura años?

Para mí el primer placer de todo el proceso suele ser el rodaje. Es ahí donde disfruto mucho, en poder ser actor de tiempo entero durante muchas semanas. Después está el placer de ver un producto bien terminado. De pensar “¿La película está bien? Sí, está bien. ¿Yo estoy bien? Sí estoy bien. Vamos arriba”. Al ser estas mis segundas, terceras películas uno no sabe lo que puede pasar, lo que va a salir de todo eso. Y yo hasta ahora he tenido la suerte de trabajar en proyectos que terminan siendo interesantes.
Y después, como gran final, está ver qué pasa con la gente. Disfrutar de eso: de que el público conecte con el personaje, que se emocione en los momentos emocionantes y se ría con el humor de El baño del Papa por ejemplo. Con Matar a todos espero que la gente conecte con la historia que se cuenta, que comprenda lo terrible que allí sucede, que reflexiones sobre un tiempo y una época sombría.

La biografía de César Troncoso indica que gran parte de su trayectoria se ha dado en los teatros de Montevideo. ¿Cómo ha sido eso de pasar de ser un actor sobre las tablas de Uruguay a verse en los cines de los festivales más importantes del mundo?

Las dos cosas son buenas, creo yo. La diferencia es que en teatro yo tengo ya una trayectoria de 18 años, entonces estoy en un punto distinto que en el cine. En teatro yo puedo perfilar una carrera, puedo elegir qué hacer, qué no, porque me lo ganado, por perseverancia en el trabajo y por logros. Con el cine lo que me sucede es otra cosa. Recién estoy en la etapa de aprendizaje de un oficio.
Siguiendo con esa comparativa entre cine y teatro, estar en la sala cuando se pasa la película es interesante porque es un poco lo que uno siente cuando hace teatro, que es en vivo. La diferencia está en que en teatro uno recibe esa reacción mientras sucede la obra y aquí, en los cines, es extraño ser un espectador de un producto que hiciste dos años atrás y que sin embrago genera empatía con el espectador. Pero sí, hay un momento de contacto con el público que algo tiene que ver con el teatro.

Sobre la presencia en el exterior del cine uruguayo se ha hablado mucho en el Uruguay. Pero, ¿cómo reciben estas películas en el extranjero? ¿Qué es lo que te suele preguntar la prensa de los países donde vas presentando tus películas? ¿Qué les sueles contar de lo que está sucediendo en Uruguay en lo que al cine se refiere?

Por donde suelo empezar casi siempre es por la idea general: eso de que tenemos cuatro películas al año, que estamos buscando una ley de cine… Pero lo que siempre sale después es lo increíble que resulta que Uruguay, teniendo tres o cuatro películas cada año, tenga la presencia que tiene. Eso es algo que me asombra hasta a mí. Porque las últimas películas que se han hecho, La Espera, Alma Mater, El viaje hacia el mar, 25 Watts, Whisky, son películas con mucha potencia y mucha presencia en el exterior y bien recibidas. Y a mí lo que me impresiona es que estamos sacando buen cine de primeras. Y pienso que tiene que ver con la trayectoria cinéfila de Uruguay, con su gusto por ver cine. Y ahora salimos al exterior y ya no estamos presentando la primera película, ya hemos presentando muchas y llegamos con personalidad a estos lugares. Saben quiénes somos. Y sería bueno que eso se empezara a ver. Que se viera el buen trabajo que están haciendo los directores, actores, actrices, técnicos, equipos de producción o el INA (Instituto Nacional del Audiovisual).
Sucede también que en el exterior hay un interés muy grande respecto al cine latinoamericano. El cine argentino por ejemplo ha abierto muchos frentes. Por un lado puede opacarnos, pero por otro nos refuerza. El cine argentino abrió puertas y ahora esas puertas siguen abiertas. Pero además hay un sector de público que está cansado de ver siempre lo mismo y que está pidiendo otra cosa. Y me parece que América Latina tiene la potencialidad de mostrar historias con otro ojo, con otra forma de pensarlas y exhibirlas.

La calidad sí que está quedando manifiesta en estas presencias en los festivales internacionales. ¿Pero qué pasa con la cantidad? ¿Es posible para un actor uruguayo tener continuidad en el cine de su país o tiene que ir pensando en otras estrategias, en abrirse al cine argentino o incluso al cine español?

En Uruguay hay muchos actores y actrices para las cuatro películas que se hacen al año, sí. El problema es cómo establecer la continuidad cuando hay tanta diversidad. Yo soy un tipo afortunado en este momento. Y sí, uno tiene en cuenta alternativas como Argentina. Aunque a mí me gustaría también que fuese España, por un tema familiar en este caso, porque yo soy hijo de gallegos. Pero claro, esto es muy duro, porque tanto Argentina como España tiene industrias muy establecidas, con sus propios actores y su propia infraesrtuctura. Y las intervenciones son muy a cuentagotas. Yo creo que aún va a pasar tiempo hasta que se pueda pensar en vivir del cine. El proceso es lento. Y complejo, porque uno siempre quiere trabajar en su país y que las cosas funcionen ahí, pero a su vez hay muchísimos actores que también pueden hacerlo muy bien. Pero bueno, yo todo esto me lo tomo con calma, son ya 18 años en el teatro y uno va aprendiendo cuál es su lugar.
Ahora toca disfrutar de lo que hay y tener los pies en el suelo y no pensar que por todo esto uno es una estrella. El otro día estuve mirando la llegada de Richard Gere a San Sebastián y yo Richard Gere no soy. Yo soy César Troncoso.

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