06 noviembre 2007

29. Marruecos 1. Las cosas por dentro



1.
Es de noche y estamos ya muy cerca de Granada cuando me acuerdo de otra ciudad y de la canción del jinete de Lorca: “Córdoba, lejana y sola”. Después de casi mil kilómetros conduciendo, todo parece lejano y solitario. Mientras atravesamos los campos de olivos recuerdo también el momento en el que mi padre me enseñó a conducir.
Para él era muy importante que entendiera cómo funcionaba el motor del coche. Dibujó en un cuaderno las diferentes piezas y la mecánica de los pedales y me explicó con total precisión el movimiento de los discos y lo de la chispa de contacto haciendo rugir las válvulas. Pero lo que yo quería era conducir y nunca memoricé aquellas lecciones de cómo funcionaba un motor.
Aún quedan muchos kilómetros hasta Rabat. Armamos la tienda de campaña muy cerca de un campo de olivos y marcamos en el mapa el lugar donde al día siguiente cruzaremos la frontera. Después apagamos las luces, pero durante un buen rato tengo la sensación de que seguimos avanzando. Y justo antes de dormir, el viaje y la carretera se mezclan con los recuerdos de todo aquello que me explicó una vez mi padre sobre cómo funcionan las cosas “por dentro”.

2.
Plaza del Cinema Rif, Tánger.
Hemos dejado la furgoneta en el puerto y caminamos por las calles hasta llegar a la parte alta de la ciudad vieja. Entramos a una pequeña pastelería y nos sentamos en las mesas del fondo, donde una señora vestida de negro bebe un batido y una pareja joven habla agarrada de la mano.
La primera vez que estuve en París, hace ya muchos años, la única persona que fue simpática conmigo fue una panadera árabe que trabajaba en una pastelería de la perifería de la ciudad. Pasé unos días en un albergue que estaba en una zona industrial, muy lejos del centro, y todas las mañanas desayunaba en aquella pastelería. Después de varios días paseando por los jardines y puentes de París llegué a la conclusión de que todo en aquella ciudad era antipático. Nadie miraba a nadie. Por eso el recuerdo de aquel primer viaje se centra en la pequeña pastelería árabe, lejana y sola, donde se daban los buenos días y se hablaba en un francés agradable y lento que los principiantes como yo podían entender. La pastelería de Tánger me recuerda a aquella. Y también a las leiterías de Lisboa, donde también es posible desayunar y merendar sin ninguna prisa.
Las dos pasteleras que trabajan aquí llevan sus nombres bordados en árabe en las batas de trabajo. En las paredes hay cuadros de bosques y de gatos. En una esquina de la pastelería hay una repisa decorada con un trozo de cesped artificial que se ilumina con una bombilla de color verde.

3.
Leemos en la guía que en el Hotel El-Muniria (Rue Magellan, Tánger) se alojaron Jack Keruak y Allen Ginsberg y que William Burroughs escribió El almuerzo desnudo en la habitación número 9. No es que seamos muy beatniks, pero somos periodistas, y un paseo hasta el lugar quizá sirva para apuntar algo en el cuaderno de notas. Nos perdemos un par de veces y al final terminamos caminando por unas callejuelas tan abandonadas y oscuras que no hay manera de escribir sin tropezarse. El lugar parece abandonado. Llamamos a la puerta y nadie atiende. Yo tengo la esperanza de que en cualquier momento un señor con tatuajes de motos y pin-ups, barba blanca y gafas redondas de pasta vaya a abrirnos la puerta para mostrarnos la famosa habitación número nueve. Pero al final sale una señora marroquí que nos dice que hay habitaciones libres, aunque el precio no nos convence. Terminamos en la habitación número 4 de una pensión de la que no recuerdo el nombre. No hay ni rastro de los beatniks y se nos ocurre pensar que el lugar podría promocionarse con un cartel que dijera: “Aquí no vino ninguno”. En la habitación hay mosquitos y la cortina de la ducha está decorada con tres horribles delfines que sonríen mientras saltan. Esa noche no tengo ninguna iluminación para escribir una novela, ni las imágenes de los abecedarios asaltan la máquina de escribir con forma de bisonte blanco.
Sólo se me ocurre una pregunta que aprendí del viejo Chéjov:
- ¿Llevaban buen calzado los beatniks?
Después vuelvo a lo mío y sigo dándole vueltas al guión de una película que seguramente olvidaré pronto: dos mujeres. Una no puede tener hijos. La otra está embarazada.

4.
Mientras abandonamos la ciudad de Tánger me acuerdo de aquella película en la que un francotirador intentaba asesinar a Charles de Gaulle (The day of the Jackal, 1973, Fred Zinnemann). Vi esta película con mi abuelo cuando era pequeño y su impresión fue tal que ahora, en mitad de este viaje africano, recupero sus imágenes de disparos al Citroën tiburón presidencial.
Todos los cruces que llevan al aeropuerto están tomados por la policía marroquí. Hay controles cada dos kilómetros y las rotondas están engalanadas con las banderas de Marruecos y de Francia. Nos enteramos de que Sarkozy está visitando el país y es entonces cuando recuerdo aquella película de espías, complots y paracaidistas de identidad doble. En mi memoria, la caravana presidencial francesa está unida al cine de miras telescópicas. Imagino que si algún día visito el valle de la muerte en California me sucederá algo parecido y recordaré a John Wayne y a mi abuelo.
Dejamos atrás el aeropuerto y la policía desaparece. Entonces comienzan las obras. Toda la perifería está en construcción, pues se están preparando para la candidatura de ciudad cultural del año 2012. Pasamos cerca de las obras de un estadio de fútbol y sus cimientos y vigas de cemento armado nos impresionan. Es un estadio gigante que se sitúa en medio de la nada. Sus formas tiene mucho de radiografía, de esqueleto de ballena. A pesar de que no es más que eso, un estadio gigante en construcción, me parece importante anotar la imagen. Y la anoto. El viaje sigue.

5.
Atardece. Avanzamos por la costa atlántica hacia El Jadida, lugar en el que Orson Welles rodó una de las secuencias de Othello (1951). Bordeamos la costa por la carretera de los acantilados. La altura respecto al mar es cada vez mayor y por un momento el paisaje a través de la ventanilla es muy parecido al que se observa desde un avión al sobrevolar el mar. Francis duerme en la parte de atrás de la furgoneta. Ander conduce.
- ¿Qué habrá al otro lado?, le pregunto señalando el mar.
- Creo que Florida. O el Caribe.

3 comentarios:

Ander Izagirre dijo...

Mejor todavía: justo enfrente (latitud norte 33 y pico) estaba Carolina del Sur.

Anónimo dijo...

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