27 noviembre 2007

32. Marruecos 4. Quién es quién



1.
A pesar de no estar ya en Marruecos, en este cuaderno sigo al otro lado del estrecho, no demasiado lejos del desierto, paseando por ciudades en las que nadie me conoce. Y sé que esta doble vida podría seguir durante mucho tiempo, pero he decidido que ya es hora de volver e iniciar nuevas misiones. Nuevas misiones, sí. Esto va de espionaje.

2.
Recupero y hago mía una de las frases de Yago en Othello:
“I’m not what I am”.

3.
Iba a escribir algo sobre los heterónimos de Pessoa, pero después me he acordado del caso extremo de Zelig (1983), el personaje de Woody Allen que era muchos personajes al mismo tiempo (y en realidad no era ninguno de ellos).
Zelij es también el nombre que se da a los mosaicos de piedra que decoran los suelos y las paredes de los palacios de Marruecos; dibujos simétricos que crean formas y se confunden unos con otros. Ejercicios de invisibilidad.

4.
En la gran plaza Jamaa el Fna de Marrakesh aprendimos la milenaria técnica de reconocer la procedencia de los turistas con un rápido vistazo a su manera de vestir y de moverse.
- Alemanes.
- Italianos.
- De San Sebastián.
Los que trabajan en los puestos de comidas y zumos de la gran plaza son expertos en el arte del espionaje rápido y no fallan casi nunca en la elección del idioma con el que se dirigen a los turistas: Allo, Hello, Ciao, etcétera.
En un principio nos sorprendió esta capacidad de reconocimiento internacional, pero después de un rato observando la técnica nos dimos cuenta de que en realidad se trataba justamente de eso, de saber mirar. Comenzamos a practicar y terminamos aprendiendo que hay gente que no puede ser de un lugar diferente al que su apariencia indica: hay parejas que sólo pueden ser de Australia, caras que definen a un exciclista belga, miradas de Hokkaido o zapatos de Barcelona.
Una vez descubierto el secreto, dimos un paso más y aprendimos a pasear sin ser vistos, a no ser de ningún lugar. Y de esa manera invisible llegamos hasta una terraza en la que los espías de Marrakesh se reunían al atardecer.

5.
Sobre el espionaje en Marrakesh (una terraza rara). Notas de mi cuaderno de notas:
“Es un espía tranquilo. Habla perfectamente árabe, pero cuando se dirige a nosotros lo hace en español, sin ningún acento. Fuma, bebe café, se cambia de mesa y hace gestos rápidos y casi imperceptibles a sus contactos, que también beben café o té. El camarero es uno de ellos. Nadie dice nada, pero somos conscientes de que están intercambiando información. El espía tranquilo se despide muy educadamente cuando nos vamos. Él sabe quiénes somos. Nosotros sabemos quién es él”.

6.
Última nota desde el otro lado.
El cortometraje se pasó en la sala 7ème Art de Rabat. Frente a los cines había un restaurante llamado 8ème Art.
En los cajones del hotel hay mensajes escritos: fechas y nombres de viajeros que pasaron por la habitación y que abrieron los cajones para comprobar si alguien había grabado alguna nota sobre la madera. Recuerdo que hace unos años esta era una de las cosas que primero comprobaba al llegar a un hotel: abría los cajones y miraba si alguien había escrito algo sobre la madera del fondo. Leía con atención aquellas frases, las anotaba e inventaba vidas y relatos a través de aquellos nombres. Por entonces había leído ya a Cortázar, estaba siempre atento a los ruidos nocturnos de los pasillos de los hoteles y comenzaba a adentrarme en los territorios de Piglia y de Bolaño.
Ahora en cambio prefiero mirar por la ventana.
En la escalera de incendios del edificio de enfrente hay una chica fumando. Son las siete y media de la mañana y hace un poco de frío. La chica fuma rápido. Cuando termina el cigarrillo, mira a los lados, observa durante un instante las ventanas iluminadas del hotel y después entra en su casa, cierra la puerta y echa las cortinas.

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