29 enero 2008
37. Un cine que ya no es un cine
1.
La primera vez que conocí a Vila-Matas, hace ya algunos años y durante los cursos de narrativa contemporánea que organizaba Peter en la universidad, su conferencia comenzó con una frase que entonces me pareció rarísima y en la que el escritor de Barcelona confesaba que él no era él sino su hermano. Después llegaron Pessoa, Walser, Kafka, Rulfo, Schulz, Gombrovich, Pla, Felisberto, Roussel, Renard, Kawabata, Cheever y Perec.
Pero todo comenzó aquella tarde en la que todos dejamos de ser lo que éramos.
2.
Vuelvo a Barcelona después de algunos años sin volver a Barcelona y decido visitar las casas en las que viví. Y mientras camino hacia la calle Muntaner se me ocurre pensar que quizá podría llamar a los números de teléfono de aquellos pisos y preguntar por mí haciéndome pasar por otro:
- ¿Está Víctor?
Cuando estoy a punto de iniciar el juego, el miedo me paraliza; no sabría qué hacer si me responden que sí, que ahora mismo se pone.
Me quedo un rato frente al portal de la calle Muntaner y no veo salir o entrar a nadie que se parezca mucho a mí. Y antes de que alguien me reconozca en el barrio estoy ya caminado hacia la parte alta del Paseo Sant Joan, donde, como explicaba a Leticia hace unos días mientras hablábamos de Bolaño, “conocí por primera vez en mi vida a unos chilenos”. Con los chilenos Germán y Cata viví durante casi un año y recuerdo que con frecuencia nos visitaban otros chilenos y que se hablaba mucho de política, de libros, de cine y de comida. De alguna forma, mi primer viaje trasatlántico sucedió en aquella casa. Con la llegada del verano abandoné el piso de Sant Joan, me fui lejos de Barcelona, y cuando inicié el nuevo curso estaba ya en la calle Caputxes, donde si llamo por teléfono y pregunto por mí es posible que Luz me responda sin tener en cuenta mi pregunta, como se hace en las películas de espías:
- ¿Está Víctor?
- Ya han llegado tus libros. Puedes pasar a recogerlos cuando quieras.
Luz, inquilina literaria de la calle Caputxes, es una de las encargadas de La Central, mi librería favorita de Barcelona. Y ya se sabe que en las librerías suceden cosas muy raras, basta con acercarse a la G de Graham Greene, por lo que Luz no es de las que se asustan ante las preguntas raras.
Quedo con Luz para tomar un vino. Le cuento lo de la película de bolsillo. Brindamos por los viajes y por todo lo que todavía no ha sucedido.
3.
“Arrivo domani”. Escribo a Vila-Matas para decirle que al día siguiente a las once estaré en el portal de su casa. Y en ese momento no me doy cuenta de que el encuentro en la parte alta de Barcelona se parece mucho al inicio de una película de Pasolini que comienza precisamente con la llegada de un mensaje a una casa anunciando una visita: “Arrivo domani”.
Mientras paseamos desde la Travesera de Dalt hacia los territorio de las novelas de Marse, Enrique recuerda que su segundo cortometraje era una copia de Teorema (1968) de Pier Paolo Pasolini.
- ¿Pero tú querías ser director de cine?, le pregunto.
- Sí.
Cuenta Vila-Matas que en 1969 dirigió un cortometraje en blanco y negro titulado Todos los jóvenes tristes. La copia se perdió y hoy en día sólo quedan algunas fotografías del rodaje. En 1970 dirigió su segundo trabajo, Fin de verano, interpretado por Maria Reniu, Luis Ciges e Yvonne Sentís y fotografiado por Xabier Miserachs. Existe una copia de esta película en los archivos de la Filmoteca de la Generalitat y las memorias del festival de Benalmádena indican que la película compitió en su sección oficial en el año 1971. Vila-Matas recuerda de aquel estreno el momento en el que su padre, que había producido el cortometraje, le pregunto si lo que acababa de ver en la pantalla era un ataque directo contra la institución familiar. El director estaba entonces bajo la influencia de Teorema de Pasolini y su respuesta sincera y sin más explicaciones a la pregunta paterna, “Sí”, marcó el fin de las producciones familiares. Después llegó el servicio militar y su inicio como escritor, que era lo único artístico que podía permitirse entre guardia y guardia.
- ¿Y hoy en día vas al cine?, le pregunto tratando de jugar con el título de uno de sus libros de relatos (Nunca voy al cine, 1982).
- Sí, a veces, aunque muy poco.
Y recuerda una imagen en los multicines Bosque, haciendo cola al lado de Marsé. O alguna sesión en el antiguo cine Texas, hoy llamado Lauren. A mí me llama mucho la atención lo de los cines Bosque.
- ¿Unos cines llamados Bosque?, le pregunto.
- Sí, es que antes en ese lugar había un bosque.
Y volvemos a hablar de cosas que han dejado de ser lo que eran, de heterónimos y de entrevistas inventadas.
4.
Lista de directores que han sacado a Enrique Vila-Matas en algunas de sus películas: Antonio Maenza, Juan Forn, Jacinto Esteva, Carlos Durán, José María Nunes, Jordi Cadena y Adolfo Arrieta.
En este breve apunte yo incluiría también las películas de Buster Keaton en las que Buster Keaton está sentado en un sillón y no sabe hacia dónde mirar o qué hacer con sus manos.
5.
El otro lado: lo que hubiera escrito yo si en vez de yo fuera otro.
6.
El antiguo cine Chile de la calle Sant Juan, donde Vila-Matas vio sus primeras películas cuando era niño, es ahora un garaje de varias plantas. También la casa en la que vivió Robert Walser en Berlín es hoy en día un taller de raparación de automóviles. Quizá sea ese el destino del cine, convertirse en gasolina. Desaparecer. Recuerdo que un día Isaki me contó que en el periodo de entreguerras, el celuloide y los archivos de muchas filmotecas se utilizaron para fabricar laca de uñas y pintalabios.
Caminamos ahora hacia un restaurante chino que durante muchos años fue una librería importante en la ciudad. Nos sentamos a comer acompañados de Paula de Parma y un periodista de La Vanguardia. Hablamos de Cravan, de Traven, de México y de Montevideo. Entre otras cosas me entero de que sendero luminoso tiene un plan rarísimo para plagiar la nueva novela de Vila-Matas. La frase me hace tanta gracia que la anoto para utilizarla al final del artículo que estoy preparando sobre estos días en Barcelona. Cuando dejamos el restaurante, Vila-Matas señala una esquina y me dice que allí estaba la estantería de narrativa española. Ahora hay manteles y platos chinos.
Ya en la calle, nos despedimos y yo grabo el final de la película. Enrique y Paula se alejan de la cámara y desaparecen en la ciudad. Yo bajo otra vez hacia la calle Muntaner y me quedo un rato frente al portal, esperando a que alguien muy parecido a mí llegue a la puerta, llame al timbre y diga: “Hola, ya he llegado a Barcelona”.
09 enero 2008
36. Gritar un nombre
1.
Una vez conocí a una chica llamada Silvana en un festival de música en Buenos Aires.
2.
Desaparecer.
13 diciembre 2007
34. Avant-Retro-Avant
1.
El festival de cine más feliz que conozco es el que organizan los amigos de Toma Única en La Casa Encendida de Madrid. Pocas veces he visto tanta gente tan contenta en el interior de una sala.
El juego consiste en rodar un carrete de súper-8 de 150 metros (3 minutos más o menos), enviarlo al festival, esperar a que lo revelen en un laboratorio de Alemania y asistir por primera vez a la proyección de unas imágenes montadas en cámara que nadie sabe cómo han quedado y que se ven por primera vez en una sala de cine.
Todos los años hay varios homenajes a Malevich (en versión blanco sobre blanco o negro sobre negro), pues no siempre las cámaras rescatadas del desván están en buenas condiciones. También hay una línea de superochistas que trabajan sin darse cuenta y con verdadero arte el cine desenfocado. En estos casos es el público quien tiene que descifrar qué pone en los intertítulos o en los créditos finales. O el propio director, que tiene la oportunidad de tomar un micro y explicar mientras pasan las imágenes "qué deberíamos estar viendo".
- Aquí la actriz se sube a un tren, mira a cámara y lanza un beso al aire. Ahora estamos en una playa de Cadaqués...
Después están los veteranos, los que llevan con el festival desde la primera edición, los que cuando hablan de S-8 no miran hacia atrás, los virtuosos del ojo mínimo, los expertos en microgramas de apenas tres minutos. Yo todos los años espero con verdadera curiosidad los nuevos trabajos de Julio Drove o de Pablo Cobollos, por ejemplo.
Lo curiosos es que tanto unos -los primerizos- como otros -los cinematográficos-, se lo pasan igual de bien. Porque este es un festival, y esto no es nada fácil de encontrar, en el que las cosas suceden siempre "por primera vez".
2.
El festival de cine más feliz del mundo es también un festival sonoro. Las películas mudas de S-8 van acompañadas por músicos que miran la pantalla e interpretan en directo, al estilo de los pianistas en blanco y negro de la época de los pioneros. En este caso también vale de todo: desde un cuarteto de saxos, solos de pandereta, músicas experimentales, hacer el pato, collage de voces o el coro de veinte personas que desde el año pasado acude al festival para acompañar las imágenes del director Valentín J. Alejándrez.
Se mezclan de esta manera el pasado -porque el cine es siempre en pasado- con la improvisación sobre el escenario -que tiene mucho de futuro. Y quizá sea esta combinación otra de las claves de Toma Única.
3.
Todo sucede aquí, durante los primeros días del mes de diciembre. Y en La Casa Encendida de Madrid la calefacción está siempre encendida (menos mal).
4.
Hace unas semanas Katrin vino a casa a pasar la tarde y estuvimos dibujando y pintando sobre el celuloide de un viejo carrete de S-8, acordándonos un poco de esa extraña película de Jose Antonio Sistiaga titulada Ere Erera Baleibu Icik Subua Arauren (1970) y de los experimentos pictóricos sobre celuloide de Rafael Ruiz Balerdi en su Homenaje a Tarzán (1971).
Al final nos salió una película un poco alemana que yo titularía Unter Wasser. El silbido final es parte del recuerdo de una película de Johan Van Der Keuken que vi una vez en Barcelona.
5.
Todo lo escrito hoy en este cuaderno no es más que un homenaje a los que hacen posible que exista un festival como Toma Única: Rita, Nerea, Miguel, Paco, Andrés, etcétera. Ánimos y volvemos a vernos en la edición del año que viene. Abrazo.
10 diciembre 2007
33. Escribir imágenes
0.
El festival de cine documental Punto de vista de Pamplona nos ha invitado a unos cuantos cineastas a realizar un cortometraje con un teléfono móvil. Hace unos días llegó a mi casa una caja por servicio express con unas instrucciones al dorso: "Utilice este teléfono para rodar un cuaderno de viaje".
El festival ha llamado a todo esto La mano que mira.
1.
Recibir un móvil por correo es algo raro. Tanto como que nos manden una carta por teléfono. Anoto mi extrañeza y sigo con estas primeras notas sobre el proyecto de realizar una película portátil.
2.
La caja donde estaba el teléfono venía envuelta en un trozo de cartel en el que se lee de manera intermitente:
“I Conciertos… Auditorio Baluarte-Ciudadela de P… Julio 26: Dissidenten y Cotal de Cámara La memoria…”.
En ese cartel destaca un dibujo de la torre de Belem de Lisboa. La película va a tener mucho de cuaderno de viaje, por lo que empezar en Lisboa me parece la mejor forma de empezar. El proyecto también va a tener algo de portugués, de ensayo sobre identidades y heterónimos, de paseos al estilo Pessoa, por lo que esta cámara móvil no podía llegar de mejor manera hasta mi casa.
Empiezo por lo tanto en la torre blanca de Lisboa. Y sigo por la carretera de Sintra, recordando aquel viaje que hizo una vez Álvaro de Campos.
3.
“Una película realizada con un teléfono móvil tiene que ser también una película de bolsillo y mínima”. Fue lo primero que pensé cuando recibí esta invitación. Yo suelo trabajar habitualmente con formatos de video DVCAM o de cine en S-8 o S16mm, por lo que este cuaderno de viaje tiene que ser “otra cosa”.
Finalmente, el tamaño reducido del invento me recordó un libro que compré una vez en el rastro de Madrid: El Servicio Secreto, firmado por un tal Ronald S. Seth.
Copio un fragmento:
“El espía se sirve de todos los trucos a su alcance para lograr sus propósitos. Este es un mechero-cámara fotográfica, cuyo despiece aparece abajo. Obsérvese lo diminuto de las diferentes piezas, cuyo tamaño no resta efectividad al conjunto”.
En mi biblioteca, este volumen está al lado de El libro de cabecera del espía, firmado por Graham Greene y otros autores.
No tengo ningún interés en robar imágenes o conversaciones aprovechando la invisibilidad de esta cámara-móvil, pero sí sé que la película resultante de todo esto va a ser un ensayo mínimo sobre imágenes del espionaje.
4.
Una vez compré una tarjeta de teléfono en la que se reproducía la imagen en blanco y negro de Jeanne Moreau llamando por teléfono en la película Ascenseur pour l’echafaud (1958) de Louis Malle. Estos días estoy repasando algunas imágenes de películas en las que se hacen llamadas importantes. Realmente no sé si este ejercicio va a tener su reflejo en la película final, pero por ahora voy anotando títulos y números de teléfono.
5.
Imagino que con esto de La mano que mira todos nos hemos acordado un poco del texto de Alexandre Astruc sobre la Camèra-Stylo (1948):
“El cine está a punto de convertirse en un medio de expresión, cosa que antes de él han sido las restantes artes, y muy especialmente la pintura y la novela. Después de haber sido sucesivamente una atracción de feria, una diversión parecida al teatro de boulevard, o un medio de conservar las imágenes de la época, se convierte poco a poco en una lengua. Un lenguaje, es decir, una forma en la cual un artista puede expresar su pensamiento, por muy abstracto que sea, o traducir sus obsesiones exactamente igual como ocurre actualmente con el ensayo o con la novela”.
Escribir con la cámara. Quizá la experiencia de tener un móvil-cámara en la mano sea lo más parecido a los cuadernos de bolsillo con un bolígrafo guardado entre sus hojas.
6.
Vuelvo a lo pequeño, a lo casi invisible.
Repaso estos días los microgramas a lápiz de Robert Walser. Repaso sus anotaciones y trato de establecer un símil entre sus cuadernos improvisados y la posibilidad de grabar imágenes en los márgenes de una tarjeta de memoria.
7.
Dos películas.
Hace unos días vi en Bilbao El hombre de Londres (2007), la adaptación que hace Béla Tarr de la novela de Georges Simenon. Es esta una película rara de espías, por eso la voy a tener muy en cuenta en mis paseos cerca de los astilleros de la ría de Bilbao. Anoto también que quiero grabar en la estación de tren de Abando y probar el blanco y negro del teléfono móvil.
También pude ver la extrañísima Autohystoria del filipino Raya Martin. ¿Alguien sabe si este filme se grabó con un móvil? La fuerza de esta película hizo que olvidara inmediatamente las reticencias que tenía respecto a la calidad de las imágenes obtenidas con un teléfono móvil. Es más, basta ver esta película para querer convertir este proyecto pequeño y mínimo en un proyecto mucho más largo y ambicioso.
8.
Mi viaje sigue ahora en Barcelona, ciudad en la que viví durante dos años hace ya algunos años. Me paso a la Historia abreviada de la literatura portátil de Enrique Vila-Matas para tratar de establecer una historia mínima del cine de bolsillo. Pasearé desde la Travesera de Dalt hasta el paseo Sant Juan. Y probaré a escribir postales y mandarlas por teléfono, a ver qué pasa.
27 noviembre 2007
32. Marruecos 4. Quién es quién
1.
A pesar de no estar ya en Marruecos, en este cuaderno sigo al otro lado del estrecho, no demasiado lejos del desierto, paseando por ciudades en las que nadie me conoce. Y sé que esta doble vida podría seguir durante mucho tiempo, pero he decidido que ya es hora de volver e iniciar nuevas misiones. Nuevas misiones, sí. Esto va de espionaje.
2.
Recupero y hago mía una de las frases de Yago en Othello:
“I’m not what I am”.
3.
Iba a escribir algo sobre los heterónimos de Pessoa, pero después me he acordado del caso extremo de Zelig (1983), el personaje de Woody Allen que era muchos personajes al mismo tiempo (y en realidad no era ninguno de ellos).
Zelij es también el nombre que se da a los mosaicos de piedra que decoran los suelos y las paredes de los palacios de Marruecos; dibujos simétricos que crean formas y se confunden unos con otros. Ejercicios de invisibilidad.
4.
En la gran plaza Jamaa el Fna de Marrakesh aprendimos la milenaria técnica de reconocer la procedencia de los turistas con un rápido vistazo a su manera de vestir y de moverse.
- Alemanes.
- Italianos.
- De San Sebastián.
Los que trabajan en los puestos de comidas y zumos de la gran plaza son expertos en el arte del espionaje rápido y no fallan casi nunca en la elección del idioma con el que se dirigen a los turistas: Allo, Hello, Ciao, etcétera.
En un principio nos sorprendió esta capacidad de reconocimiento internacional, pero después de un rato observando la técnica nos dimos cuenta de que en realidad se trataba justamente de eso, de saber mirar. Comenzamos a practicar y terminamos aprendiendo que hay gente que no puede ser de un lugar diferente al que su apariencia indica: hay parejas que sólo pueden ser de Australia, caras que definen a un exciclista belga, miradas de Hokkaido o zapatos de Barcelona.
Una vez descubierto el secreto, dimos un paso más y aprendimos a pasear sin ser vistos, a no ser de ningún lugar. Y de esa manera invisible llegamos hasta una terraza en la que los espías de Marrakesh se reunían al atardecer.
5.
Sobre el espionaje en Marrakesh (una terraza rara). Notas de mi cuaderno de notas:
“Es un espía tranquilo. Habla perfectamente árabe, pero cuando se dirige a nosotros lo hace en español, sin ningún acento. Fuma, bebe café, se cambia de mesa y hace gestos rápidos y casi imperceptibles a sus contactos, que también beben café o té. El camarero es uno de ellos. Nadie dice nada, pero somos conscientes de que están intercambiando información. El espía tranquilo se despide muy educadamente cuando nos vamos. Él sabe quiénes somos. Nosotros sabemos quién es él”.
6.
Última nota desde el otro lado.
El cortometraje se pasó en la sala 7ème Art de Rabat. Frente a los cines había un restaurante llamado 8ème Art.
En los cajones del hotel hay mensajes escritos: fechas y nombres de viajeros que pasaron por la habitación y que abrieron los cajones para comprobar si alguien había grabado alguna nota sobre la madera. Recuerdo que hace unos años esta era una de las cosas que primero comprobaba al llegar a un hotel: abría los cajones y miraba si alguien había escrito algo sobre la madera del fondo. Leía con atención aquellas frases, las anotaba e inventaba vidas y relatos a través de aquellos nombres. Por entonces había leído ya a Cortázar, estaba siempre atento a los ruidos nocturnos de los pasillos de los hoteles y comenzaba a adentrarme en los territorios de Piglia y de Bolaño.
Ahora en cambio prefiero mirar por la ventana.
En la escalera de incendios del edificio de enfrente hay una chica fumando. Son las siete y media de la mañana y hace un poco de frío. La chica fuma rápido. Cuando termina el cigarrillo, mira a los lados, observa durante un instante las ventanas iluminadas del hotel y después entra en su casa, cierra la puerta y echa las cortinas.
18 noviembre 2007
31. Marruecos 3. Dos películas breves
1.
Escribe Isaki Lacuesta para contarme que Orson Welles odiaba su nariz y que en todas sus intervenciones como actor salía con nariz postiza. El relieve de El-Jadida adquiere con esta información otro sentido: no es que un gamberro robara la nariz del señor Welles para guardarla en el cajón de su mesilla de noche o tirarla al mar en una madrugada de verano, no. Alguien con mucho tacto y conocimiento de causa se encargó de “ajustar” el relieve al gusto del propio cineasta.
Y quizá esa nariz se encuentre ahora mismo en algún recóndito lugar de la selva del Amazonas.
2.
Rita, experta antropóloga lisboeta, me cuenta que cuando los portugueses abandonaron Marruecos, hubo ciudades enteras que se desplazaron al otro lado del Atlántico por orden del Marqués de Pombal. Allí se volvieron a construir conservando el mismo nombre y casi los mismos pobladores que en su etapa africana. Imagino la saudade y la confusión de aquellos eternos extranjeros. Rita cree que con El-Jadida, antigua Mazagâo, sucedió algo así, pero para confirmarlo consulta el volumen Os portugueses em Marrocos de Antonio Farinha, editado en Portugal por el Instituto Camoes.
Página 85:
“Os habitantes de Mazagâo, depois de permanecerem cerca de dois anos em Lisboa, foram fundar Vila Nova de Mazagâo no Brasil, segundo o plano do Marquês de Pombal de povoar a regiâo do Amazonas”.
3.
Repaso las imágenes grabadas durante la visita a las fortificaciones de El-Jadida y Essaouira y remonto dos películas pequeñas.
En la primera, la llegada de los barcos de los pescadores marca el final de una versión extraña de Othello.
En la segunda, un clásico de Shakespeare escrito en los muros de una antigua ciudad portuguesa.
08 noviembre 2007
30. Marruecos 2. Monsieur camèra
1.
Trato de imaginar a Orson Welles caminado por la ciudadela de El-Jadida hace cincuenta años, paseando despacio por la parte alta de la fortaleza, observando el océano y preguntándose cuántos mares le quedaban aún por filmar.
El rodaje de Othello (1951) fue uno de esos rodajes en los que todo estuvo a punto de no suceder, incluso la película misma. Las crónicas dicen que la filmación duró más de tres años, que hubo problemas constantes con la producción y que para el papel de Desdémona se llegaron a utilizar tres actrices diferentes.
Visitamos en aljibe donde Welles rodó una secuencia clave de la película. Pagamos diez dirhams, bajamos unas escaleras y nos encontramos con una gran sala oscura en la que no hay nadie. La impresión es la de estar visitando un espacio sacro: bóvedas, arcos, penumbra, paredes de piedra húmeda y un eco mínimo y constante. También tiene algo de cueva prehistórica, quizá por el ruido de las gotas de agua cayendo desde el techo hasta el suelo inundado. El espacio impresiona. Después llegan cuatro turistas franceses y un guía árabe y el lugar se transforma inmediatamente. Su visita termina con las pertinentes fotos de todos con todos. El guía llama a las señoras “madame camera”. El grupo sale del depósito y nosotros volvemos a la superficie un poco después. Ya en la calle se me ocurre pensar en el cine del subsuelo.Puro cine underground.
2.
Un lugar que junto a su nombre actual –Essaouira- lleve entre paréntesis la leyenda de “la antigua Mogador”, merece ser visitado sin ninguna duda. Si además estamos siguiendo la breve ruta de Orson Welles en Marruecos, acabamos de llegar a la ciudad fortificada donde se desarrolla gran parte de la tragedia de Othello.
La primera impresión es extraña, pues la sensación que me asalta nada más adentrarme por las callejuelas del zoco es la de caminar entre dos películas de Alfred Hitchcock. Gente caminando en todos los sentidos, alfrombras colgadas de las paredes, gatos en las esquinas, voces en idiomas desconocidos, un grito a lo lejos, calles cada vez más estrechas y laberínticas... Sólo falta una persecución: Cary Grant vestido con un elegante traje corriendo detrás de un señor vestido con chilaba y gafas de sol, puestos de frutas saltando por los aires y una puerta secreta antes de pasar a los planos de interiores. La ciudad en cambio está tranquila y los turistas sin trajes elegantes no parecen tener intención de ponerse a correr. Las terrazas están llenas de europeos y americanos que desayunan zumos de naranja y café. El suspense no está por ninguna parte.
Los que sí hay, y en cantidades Hitchcockianas, son gaviotas. En la zona del puerto han tomado los tejados e incluso se han hecho fuertes en ciertos puestos de vigilancia de las murallas. Un grupo de pescadores expertos en el uso rápido del cuchillo está limpiando los peces que llegan al puerto. Las gaviotan no dejan de gritar ante el festín que les espera cuando los cuchilleros terminen su trabajo. Pasar de esta imagen a escribir un guión en el que los pájaros terminen persiguiendo a los pescadores no hay tanta distancia (The birds, Alfred Hitchcock, 1963).
La afición de Hitchcock por disfrazarse y aparecer en sus películas ha terminado en este caso de manera extraña: con el señor inglés paseando despacio y mirando de perfil a cámara por mitad de un texto que iba a hablar de Orson Welles.
3.
El final de una película tiene mucho de abandono. Los equipos de luces, técnicos, actores, actrices, voces de acción y claquetas desaparecen para dar paso otra vez a la normalidad de la vida sin rodajes. Y a veces da la sensación de que las cosas brillan menos después del paso de la maquinaria del celuloide. Como si la ciudad misma no fuera más que el decorado abandonado de una película de la que nadie recuerda ya el nombre. Algo así sucede con la plaza Orson Welles de Essaouira. Acostumbrados a las estatuas, fuentes de colores y esculturas abstractas de nuestras ciudades y rotondas, pasamos un par de veces por una plaza con jardines mal cuidados y bancos incómodos sin darnos cuenta de que el lugar es ese.
Bajo la sombra de un árbol tres señores hablan de sus cosas dando la espalda al ciudadano K. Al relieve que muestra el rostro del director le han arrancado la nariz de un golpe. Alguien en Essaouira guarda la nariz de Orson Welles en su mesilla de noche. Las placas que decían algo sobre el director y sobre el rodaje de la película en la ciudad también han sido arrancadas. En este caso no es el cine quien ha abandonado a los mortales, sino al contrario. Y es que la vida continúa.
Me acuerdo ahora de los trucos de magia para desaparecer que utilizaba Orson Welles al final de F for Fake (1973) y pienso que por fin aquí lo ha conseguido, que en esta plaza africana el señor Welles ha logrado desvanecerse, y creo además que como a él le hubiera gustado: con tres señores bajo un árbol hablando de sus cosas, sin nariz ni placas complacientes, con el zoco atestado de gente y de voces, con los pescadores del puerto mostrando en sus puestos los pulpos y langostas y planeando la salida al mar del día siguiente.
06 noviembre 2007
29. Marruecos 1. Las cosas por dentro
1.
Es de noche y estamos ya muy cerca de Granada cuando me acuerdo de otra ciudad y de la canción del jinete de Lorca: “Córdoba, lejana y sola”. Después de casi mil kilómetros conduciendo, todo parece lejano y solitario. Mientras atravesamos los campos de olivos recuerdo también el momento en el que mi padre me enseñó a conducir.
Para él era muy importante que entendiera cómo funcionaba el motor del coche. Dibujó en un cuaderno las diferentes piezas y la mecánica de los pedales y me explicó con total precisión el movimiento de los discos y lo de la chispa de contacto haciendo rugir las válvulas. Pero lo que yo quería era conducir y nunca memoricé aquellas lecciones de cómo funcionaba un motor.
Aún quedan muchos kilómetros hasta Rabat. Armamos la tienda de campaña muy cerca de un campo de olivos y marcamos en el mapa el lugar donde al día siguiente cruzaremos la frontera. Después apagamos las luces, pero durante un buen rato tengo la sensación de que seguimos avanzando. Y justo antes de dormir, el viaje y la carretera se mezclan con los recuerdos de todo aquello que me explicó una vez mi padre sobre cómo funcionan las cosas “por dentro”.
2.
Plaza del Cinema Rif, Tánger.
Hemos dejado la furgoneta en el puerto y caminamos por las calles hasta llegar a la parte alta de la ciudad vieja. Entramos a una pequeña pastelería y nos sentamos en las mesas del fondo, donde una señora vestida de negro bebe un batido y una pareja joven habla agarrada de la mano.
La primera vez que estuve en París, hace ya muchos años, la única persona que fue simpática conmigo fue una panadera árabe que trabajaba en una pastelería de la perifería de la ciudad. Pasé unos días en un albergue que estaba en una zona industrial, muy lejos del centro, y todas las mañanas desayunaba en aquella pastelería. Después de varios días paseando por los jardines y puentes de París llegué a la conclusión de que todo en aquella ciudad era antipático. Nadie miraba a nadie. Por eso el recuerdo de aquel primer viaje se centra en la pequeña pastelería árabe, lejana y sola, donde se daban los buenos días y se hablaba en un francés agradable y lento que los principiantes como yo podían entender. La pastelería de Tánger me recuerda a aquella. Y también a las leiterías de Lisboa, donde también es posible desayunar y merendar sin ninguna prisa.
Las dos pasteleras que trabajan aquí llevan sus nombres bordados en árabe en las batas de trabajo. En las paredes hay cuadros de bosques y de gatos. En una esquina de la pastelería hay una repisa decorada con un trozo de cesped artificial que se ilumina con una bombilla de color verde.
3.
Leemos en la guía que en el Hotel El-Muniria (Rue Magellan, Tánger) se alojaron Jack Keruak y Allen Ginsberg y que William Burroughs escribió El almuerzo desnudo en la habitación número 9. No es que seamos muy beatniks, pero somos periodistas, y un paseo hasta el lugar quizá sirva para apuntar algo en el cuaderno de notas. Nos perdemos un par de veces y al final terminamos caminando por unas callejuelas tan abandonadas y oscuras que no hay manera de escribir sin tropezarse. El lugar parece abandonado. Llamamos a la puerta y nadie atiende. Yo tengo la esperanza de que en cualquier momento un señor con tatuajes de motos y pin-ups, barba blanca y gafas redondas de pasta vaya a abrirnos la puerta para mostrarnos la famosa habitación número nueve. Pero al final sale una señora marroquí que nos dice que hay habitaciones libres, aunque el precio no nos convence. Terminamos en la habitación número 4 de una pensión de la que no recuerdo el nombre. No hay ni rastro de los beatniks y se nos ocurre pensar que el lugar podría promocionarse con un cartel que dijera: “Aquí no vino ninguno”. En la habitación hay mosquitos y la cortina de la ducha está decorada con tres horribles delfines que sonríen mientras saltan. Esa noche no tengo ninguna iluminación para escribir una novela, ni las imágenes de los abecedarios asaltan la máquina de escribir con forma de bisonte blanco.
Sólo se me ocurre una pregunta que aprendí del viejo Chéjov:
- ¿Llevaban buen calzado los beatniks?
Después vuelvo a lo mío y sigo dándole vueltas al guión de una película que seguramente olvidaré pronto: dos mujeres. Una no puede tener hijos. La otra está embarazada.
4.
Mientras abandonamos la ciudad de Tánger me acuerdo de aquella película en la que un francotirador intentaba asesinar a Charles de Gaulle (The day of the Jackal, 1973, Fred Zinnemann). Vi esta película con mi abuelo cuando era pequeño y su impresión fue tal que ahora, en mitad de este viaje africano, recupero sus imágenes de disparos al Citroën tiburón presidencial.
Todos los cruces que llevan al aeropuerto están tomados por la policía marroquí. Hay controles cada dos kilómetros y las rotondas están engalanadas con las banderas de Marruecos y de Francia. Nos enteramos de que Sarkozy está visitando el país y es entonces cuando recuerdo aquella película de espías, complots y paracaidistas de identidad doble. En mi memoria, la caravana presidencial francesa está unida al cine de miras telescópicas. Imagino que si algún día visito el valle de la muerte en California me sucederá algo parecido y recordaré a John Wayne y a mi abuelo.
Dejamos atrás el aeropuerto y la policía desaparece. Entonces comienzan las obras. Toda la perifería está en construcción, pues se están preparando para la candidatura de ciudad cultural del año 2012. Pasamos cerca de las obras de un estadio de fútbol y sus cimientos y vigas de cemento armado nos impresionan. Es un estadio gigante que se sitúa en medio de la nada. Sus formas tiene mucho de radiografía, de esqueleto de ballena. A pesar de que no es más que eso, un estadio gigante en construcción, me parece importante anotar la imagen. Y la anoto. El viaje sigue.
5.
Atardece. Avanzamos por la costa atlántica hacia El Jadida, lugar en el que Orson Welles rodó una de las secuencias de Othello (1951). Bordeamos la costa por la carretera de los acantilados. La altura respecto al mar es cada vez mayor y por un momento el paisaje a través de la ventanilla es muy parecido al que se observa desde un avión al sobrevolar el mar. Francis duerme en la parte de atrás de la furgoneta. Ander conduce.
- ¿Qué habrá al otro lado?, le pregunto señalando el mar.
- Creo que Florida. O el Caribe.
19 octubre 2007
28. Me voy
Mensaje breve antes de subir a una furgoneta con una película bajo el brazo.
Inicio aquí un viaje africano: el destino final es el Instituto Cervantes de Rabat, donde la semana que viene comienza un ciclo de cine en el que también pasan Decir adiós. Por el camino visitaremos Marraquech, Essaouira y El Jadida, y nuestro plano tiene marcados en rojo los lugares en los que Orson Welles rodó Otelo en 1951.
Desdémona, Shakespeare, Brabancio, sacos de dormir, el pasaporte con los sellos de entrada y salida de Uruguay, un libro de Carson McCullers, Ander el viajero como piloto jefe, Francis la chica Metrópolis como copiloto y yo como hombre-cámara semiruso.
- Me voy.
Y la felicidad de decir que uno se va.
11 octubre 2007
27. Maniera di dire addio/Satt att saga adjo
1.
Me preguntan en una entrevista porqué mi cortometraje se titula Decir adiós. Respondo que me gustan mucho las despedidas. Pero no confieso que en realidad las colecciono. Tampoco cuento que durante mucho tiempo el cortometraje se iba a titular Maneras de decir adiós, ni el momento en el que tras una conversación con Amaya Muruzabal el título quedó acertadamente reducido a dos palabras. Tampoco cito a Cecilia Ruberto ni a Elin Stenung, que me contaron cosas sobre sus países y me ayudaron a traducir el título y el guión al italiano y al sueco durante un otoño que pasé en la ciudad de Montevideo.
Respondo simplemente que me gustan mucho las despedidas. Después digo adiós muy rápido, rapidísimo, y me voy.
2.
Nada más enterarme de que Doris Lessig ha ganado el Nobel de Literatura me acerco hasta la biblioteca de casa y reviso las últimas páginas de sus libros. Siempre escribo algo en las últimas páginas; generalmente un número y una palabra.
Historias de Londres, Doris Lessing. Página 149. Adiós:
“De nuevo fue ella quien se recobró. Empezó a empujar el cochecito por la acera y se alejó despacio. Después de dar unos pasos, se dio la vuelta para mirarle. Prosiguió su camino, pero se volvió otra vez. Él seguía inmóvil mirándola. Ella le envió un pequeño saludo, valiente, con la mano y siguió andando. Más despacio, más despacio... pero tenía que marcharse, debía hacerlo. Llegó a la esquina demasiado pronto, se detuvo y miró hacia atrás, a donde se encontraba el hombre, con un aspecto tan triste como el de ella. Los segundos pasaban volando... Pero finalmente empujó el cochecito y desapareció”.
3.
Una vez, en mis años de estudiante de periodismo, escribí una serie de relatos en los que todos los cuentos terminaban con una despedida. Titulé aquel ejercicio “Maneras de decir adiós”. El señor Pérez Agirre era entonces mi profesor de periodismo literario. Cuando terminó el curso, en vez de despedirnos, me contó que estaba pensando en irse a trabajar a Uruguay. Cuatro años después de aquella charla, yo aterrizaba en el aeropuerto de Carrasco, en Montevideo, y el señor Pérez Agirre me saludaba con un apretón de manos y un abrazo.
No sé si él recuerda los cuentos, pero mi colección de despedidas comenzó con aquel ejercicio para su asignatura. Y es posible que también el cortometraje comenzara entonces, aunque en aquella época lo que yo quería era escribir, y no hacer cine (aún sigo queriendo escribir, por eso escribo).
La colección de maneras de decir adiós ha ido creciendo con las lecturas de todos estos años. Su catálogo esta en la última página de cada uno de los libros de mi biblioteca, pues es ahí donde anoto la página exacta en la que los personajes se dicen adiós.
Hay libros con muchas despedidas.
Hay libros en los que nadie se despide.
4.
Me gustaría rodar una película que comenzara con un adiós.
También tengo que probar a filmar alguna vez en una estación de tren.
La llegada y la partida de una locomotora y sus vagones son todo un clásico en esto del cine, con los pañuelos agitándose al viento y las últimas palabras en el andén. Desde los hermanos Lumière y su Arrivée d'un train en gare de la Ciotat (1896) hasta los trenes de Ozu dirigiéndose hacia Tokio.
Digo adiós con un ejemplo de la colección de imágenes de despedidas: I Vitelloni (1953, Los inútiles) de Federico Fellini.
Addio. Addio.
Sin fin.
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