19 octubre 2007

28. Me voy


Mensaje breve antes de subir a una furgoneta con una película bajo el brazo.
Inicio aquí un viaje africano: el destino final es el Instituto Cervantes de Rabat, donde la semana que viene comienza un ciclo de cine en el que también pasan Decir adiós. Por el camino visitaremos Marraquech, Essaouira y El Jadida, y nuestro plano tiene marcados en rojo los lugares en los que Orson Welles rodó Otelo en 1951.
Desdémona, Shakespeare, Brabancio, sacos de dormir, el pasaporte con los sellos de entrada y salida de Uruguay, un libro de Carson McCullers, Ander el viajero como piloto jefe, Francis la chica Metrópolis como copiloto y yo como hombre-cámara semiruso.
- Me voy.
Y la felicidad de decir que uno se va.

11 octubre 2007

27. Maniera di dire addio/Satt att saga adjo



1.
Me preguntan en una entrevista porqué mi cortometraje se titula Decir adiós. Respondo que me gustan mucho las despedidas. Pero no confieso que en realidad las colecciono. Tampoco cuento que durante mucho tiempo el cortometraje se iba a titular Maneras de decir adiós, ni el momento en el que tras una conversación con Amaya Muruzabal el título quedó acertadamente reducido a dos palabras. Tampoco cito a Cecilia Ruberto ni a Elin Stenung, que me contaron cosas sobre sus países y me ayudaron a traducir el título y el guión al italiano y al sueco durante un otoño que pasé en la ciudad de Montevideo.
Respondo simplemente que me gustan mucho las despedidas. Después digo adiós muy rápido, rapidísimo, y me voy.

2.
Nada más enterarme de que Doris Lessig ha ganado el Nobel de Literatura me acerco hasta la biblioteca de casa y reviso las últimas páginas de sus libros. Siempre escribo algo en las últimas páginas; generalmente un número y una palabra.
Historias de Londres, Doris Lessing. Página 149. Adiós:
“De nuevo fue ella quien se recobró. Empezó a empujar el cochecito por la acera y se alejó despacio. Después de dar unos pasos, se dio la vuelta para mirarle. Prosiguió su camino, pero se volvió otra vez. Él seguía inmóvil mirándola. Ella le envió un pequeño saludo, valiente, con la mano y siguió andando. Más despacio, más despacio... pero tenía que marcharse, debía hacerlo. Llegó a la esquina demasiado pronto, se detuvo y miró hacia atrás, a donde se encontraba el hombre, con un aspecto tan triste como el de ella. Los segundos pasaban volando... Pero finalmente empujó el cochecito y desapareció”.

3.
Una vez, en mis años de estudiante de periodismo, escribí una serie de relatos en los que todos los cuentos terminaban con una despedida. Titulé aquel ejercicio “Maneras de decir adiós”. El señor Pérez Agirre era entonces mi profesor de periodismo literario. Cuando terminó el curso, en vez de despedirnos, me contó que estaba pensando en irse a trabajar a Uruguay. Cuatro años después de aquella charla, yo aterrizaba en el aeropuerto de Carrasco, en Montevideo, y el señor Pérez Agirre me saludaba con un apretón de manos y un abrazo.
No sé si él recuerda los cuentos, pero mi colección de despedidas comenzó con aquel ejercicio para su asignatura. Y es posible que también el cortometraje comenzara entonces, aunque en aquella época lo que yo quería era escribir, y no hacer cine (aún sigo queriendo escribir, por eso escribo).
La colección de maneras de decir adiós ha ido creciendo con las lecturas de todos estos años. Su catálogo esta en la última página de cada uno de los libros de mi biblioteca, pues es ahí donde anoto la página exacta en la que los personajes se dicen adiós.
Hay libros con muchas despedidas.
Hay libros en los que nadie se despide.

4.
Me gustaría rodar una película que comenzara con un adiós.
También tengo que probar a filmar alguna vez en una estación de tren.
La llegada y la partida de una locomotora y sus vagones son todo un clásico en esto del cine, con los pañuelos agitándose al viento y las últimas palabras en el andén. Desde los hermanos Lumière y su Arrivée d'un train en gare de la Ciotat (1896) hasta los trenes de Ozu dirigiéndose hacia Tokio.
Digo adiós con un ejemplo de la colección de imágenes de despedidas: I Vitelloni (1953, Los inútiles) de Federico Fellini.
Addio. Addio.
Sin fin.

26. Tres



1.
No es nadie.
Es lo que he respondido a Josu cuando me ha escrito preguntándome quién era la chica de la fotografía Rien de Rien (1). Después le he contado cómo llegué hasta esa imagen:
El primer capítulo de la película Konkurs (1963) de Milos Forman comienza con imágenes documentales de la ciudad de Kolín, de un parque en las afueras y de una carrera de motos donde compiten unos cuantos jóvenes que también tocan instrumentos de viento en la banda municipal del barrio. No sé si esas tomas se rodaron durante un domingo, pero podría ser un domingo checo de primavera. Los motoristas se preparan, se acercan hasta la línea de salida y arrancan sus motos. Mientras tanto en el parque hay jóvenes que se saludan, que charlan sobre sus cosas y que están atentos al inicio de la carrera. La película va intercalando las imágenes de los motoristas con las de la gente que está mirando. Y es ahí donde encontré a la chica de la fotografía, en un plano que apenas dura tres segundos.
Un, dos, tres, ya. Y no vuelve a aparecer en ningún otro momento de la película.

2.
Imagino que la chica estaba por allí el domingo en el que Forman y su equipo decidieron rodar la escena de las motos. Es muy posible que nunca se enterara de que había sido filmada, pues la secuencia está rodada con teleobjetivo. O puede que sí, que fuera amiga del director o de alguno de los del equipo y que por eso Forman decidiera insertar ese plano en el montaje final. De todas formas, es imposible saberlo.
Por eso yo prefiero escribir que era un domingo de primavera cuando la chica de la imagen paseaba junto a una amiga por un parque de las afueras la ciudad de Kolín. Su hermano estudiaba en la escuela de artes y durante la cena del día anterior había comentado que unos amigos de la escuela de cine de Praga iban a rodar una película en la ciudad. Esa misma noche le llamó una amiga para proponerle ir a los lagos al día siguiente. Pero ella le contó lo de la película y las dos recordaron la vez en que fueron al cine a ver Psycho (1960) de Hitchcock. Al final decidieron pasar el domingo en el parque y la chica de la fotografía se encargó de llevar un poco de fruta y un poco de pastel que había sobrado del cumpleaños de su hermana pequeña.
Cuando al día siguiente llegaron al parque, las primeras rondas de las carreras de motos había sido ya. Decidieron alejarse un poco del bullicio y se sentaron cerca de la pista de ciclismo, al lado de las fuentes. Buscaron a los del cine, pero en ningún momento vieron actrices o actores famosos, camiones con luces o gente con gafas de sol como la que salía en las fotografías que ilustraban las revistas americanas.
- ¿Quién iba a querer rodar una película en esta ciudad?
Y las dos dijeron al mismo tiempo que allí “nunca pasaba nada”.
Caminaron por el parque, vieron la última ronda de las carreras, comieron algo en el kiosko cercano a la ermita y por la tarde tomaron el tranvía y se acercaron hasta los salones de la escuela de artes, pues habían leído que a las seis iba a actuar un grupo musical.
Cuando volvió a casa por la noche, su hermana pequeña le preguntó si había visto a algún actor famoso. Ella le respondió que no, que no habían visto a nadie. Entonces su hermana pequeña le dijo que algún día ellas saldrían en una película.
La chica de la fotografía sonrió y respondió que sí, que algún día. Y mientras se retiraba hacia su habitación a terminar los ejercicios de dactilografía que debía entregar al día siguiente en la universidad, repitio aquella frase que había dicho su hermana pequeña: “Algún día saldremos en una película de cine”. Y se vió a sí misma caminando por el pasillo de casa, entrando al cuarto y encerrándose en su habitación mientras sobre la madera clara de la puerta se imprimía la palabra fin. Konec.

3.
Bastan tres segundos para ser alguien. Bastan tres segundos para tener una película. Después del mensaje de Josu he vuelto a la secuencua brevísima en la que sale la chica de la fotografía y he descubierto otra película. Y me he acordado de José Luis Guerín y de su descubrimiento en Tren de sombras (1997).
Dos miradas y una película muda con diálogo.

08 octubre 2007

25. Rien de rien (2)


1.
Konkurs es una película documental. Pero incluye recursos de ficción para narrar las dos historias musicales que cuenta en sus dos capítulos.
En realidad todo esto de los géneros y de sus límites es una discusión que no me interesa demasiado. Me parece una discusión antigua. No clásica, sino antigua. Lo mismo me sucede con la literatura: en la biblioteca de casa conviven novelas, diarios, poemarios, catálogos fotográficos, libros Taschen, cómics, antologías del cuento, crónicas de viaje, diarios, libros de ensayo y colecciones infantiles.
A mí lo que me gusta es que me cuenten cosas.

2.
Una vez conocimos a una actriz holandesa en una isla italiana.
Leyendo estos días la biografía del director checo Milos Forman me he acordado un poco de otro director -Paul Verhoeven- que también dejó su país natal, Holanda en su caso, atraído por las luces y aplausos del cine norteamericano.
En la isla italiana de Giglio conocimos a una señora que había trabajado en las primeras películas de Verhoeven. Nos contó que a ella le gustaban sobre todo aquellas primeras obras del director y que desde la marcha de Verhoeven a Hollywood habían perdido contacto. Ahora ella hacía algunos papeles en series de la televisión neerlandesa y pasaba el resto del año viajando por el mediterráneo con su marido, un señor norteamericano que lo primero que nos dijo cuando escuchó que estábamos hablando de cine fue que su mujer había trabajado como actriz con el director de Instinto Básico (Basic Instinct, 1992) y Showgirls (1995).

3.
Si algo tuviera que escribir ahora mismo sobre el cine documental diría que es un cine que sobrevive de manera asombrosa al paso del tiempo. Bastan unas imáges filmadas con aquellas cámaras antiguas y en el blanco y negro de los años sesenta y setenta para que mi atención quede fijada en la pantalla. Ni siquiera hace falta que suene nada más que el proyector. André Bazin se refirió a todo esto como “la fascinación de los espectros”. Y sí que hay algo de fantasmal es esas películas de gente anónima mirando a cámara.
Siempre que veo este tipo de películas termino haciéndome dos preguntas:
¿Se vió alguna vez esta gente en la pantalla de un cine?
¿Y qué habrá sido de todos ellos?

4.
Un twist. Un twist checo sonando en la ciudad de Praga.

5.
En algún momento me gustaría viajar al festival de cine de Karlovy Vary.
En algún momento me gustaría bajar las escaleras de piedra que hay a la derecha del Puente Checo. Y en mi paseo hacia la explanada del muelle quizá se me ocurra pensar que hay alguien filmándolo todo desde una de las ventanas del barrio. O tomando notas en un cuaderno pequeño. O simplemente mirando, sin tratar de entender nada.

24. Rien de rien (1)



1.
“Hoy me emociona ver escaleras. Ya a primera hora, y luego varias veces, he disfrutado contemplando desde mi ventana el trozo triangular visible de la barandilla de piedra de la escalera que, a la derecha del Puente Checo, baja hasta la explanada del muelle”.
Franz Kafka, Diarios, Cuaderno tercero, octubre de 1911.

2.
Hoy me emociona escuchar hablar en checo.
A veces no hace falta nada más. La película es en blanco y negro, fue rodada en 1963 en un país que ya no existe (Checoslovaquia) y está dividida en dos capítulos. Pero quizá todos estos datos sean lo de menos, porque lo que yo quiero escribir es que a veces basta con ver imágenes y escuchar voces de un país desconocido y extranjero. En esos casos incluso los subtítulos desaparecen, pues lo que importa es el placer de escuchar hablar y no entender nada de nada.

3.
Recuerdo ahora mismo una ocasión en la que también fui feliz sin enterarme de lo que me estaban contando. Una amiga bióloga que defendía su tesis doctoral pasó cerca de dos horas mostrando dipositivas de cortes celulares y explicando las razones de su estudio histológico y los resultados de cerca de cinco años de trabajo en el laboratorio. Lo sorprendente de todo aquello fue comprobar que a pesar de compartir idioma, era imposible entender nada de lo que decía mi amiga. Y aquello fue todo un descubrimiento, pero no de incomunicación, sino de otra cosa.
Yo decidí que a partir de entonces iba a dejar de hacer caso a los escritores que dijeran que la literatura había muerto; o a los cineastas que anunciaran que el cine estaba en crisis. Mientras se pudiera disfrutar de cosas imposible de entender aún había esperanza. Hoy sigo pensando lo mismo y me gustaría entregarme a esa sensación más a menudo: a la felicidad de no entender nada de nada.

4.
Si el viaje al festival de cine de San Sebastián se iniciaba hace ya tres semanas con el recuerdo de una película musical y extraña (Un, dos, tres, al escondite inglés, 1969, Iván Zulueta), el epílogo a los días en la ciudad marina podría llegar ahora con otra película de canciones quizá incluso más rara que aquella del director arrebatado.
Konkurs (1963), del checo Milos Forman, es una película donde todo el mundo canta, pero no al estilo de las escenografías y vestidos largos del Hollywood clásico, sino al modo centroeuropeo de los que cantan porque tienen que cantar.
La película está dividida en dos: una primera parte titulada “Si esas canciones no existieran” y una segunda llamada “Concurso”. Esto de las divisiones me recuerda un poco al imperio Austrohúngaro y a la posterior división de la antigua Checoslovaquia en los dos países que incluía su nombre: República Checa y Eslovaquia. También me he acordado de Kafka y he revisado sus diarios por si encontraba algo relacionado con concursos de canto. Pero he llegado a la página 180 y me he quedado un rato pensando en la emoción de ver escaleras. Después he comenzado a escribir todo esto.

5.
Las bandas de trombones de la ciudad de Kolín. Carreras de motos. Un parque de verano. Ensayos de una orquesta. Un homenaje a Frantisek Kmoch (1848-1912), compositor que yo no conocía hasta ver esta película. Una marcha fúnebre. Una pista de hielo. El interior de un bar. Dos jóvenes cantantes. Una audición musical. Imágenes en blanco y negro. Canciones cantadas en un idioma desconocido. La seriedad checha. El humor.

6.
Ojalá nunca hubiera leído ese libro/
No debí haberlo leído.

7.
Fin en checo se dice Konec.

04 octubre 2007

23. Un lado. El otro.



1.
La primera vez que vi un libro de memorias de Liv Ullman fue en la feria Tristán Narvaja de Montevideo, hace ya cuatro años. Hasta entonces creía que Bergman era el único que escribía sobre las linternas mágicas del cine nórdico. Pero no. Liv Ullman también tomaba notas y recordaba los años en los que teatro, cine, matrimonios y despedidas se mezclaron con rodajes, miedos, hijos y diferentes tipos de crisis y viajes existenciales.
El día en el que compré aquel libro, Senderos (1977), llegué a pensar que había adquirido un ejemplar único, el último de los volúmenes, pues no tenía ninguna referencia de ese título inexistente en las librerías españolas. Pero mi ilusión bibliófila desapareció cuando en el siguiente puesto encontré una caja llena con ejemplares del mismo libro, cuyo precio era además diez pesos más barato del que yo había pagado.
Desde entonces, siempre que camino por la feria de Montevideo, me cruzo con las memorias de Liv Ullman. Lo extraño es que en España sigue siendo un libro rarísimo.
Imagino que un día, hace muchos años, un señor metió en cajas todos los ejemplares que encontró en las ferias de viejo españolas y los mandó en barco hacia el Río de la Plata.

2.
Cuando la semana pasada Liv Ullman paseó por la alfombra roja del festival de cine de San Sebastián, yo recordé de dos cosas: que la actriz había nacido en Tokyo. Y que en Montevideo sus memorias entran y salen de cajas de cartón esperando que un extranjero las compre y cruce otra vez el mar con ese libro bajo el brazo.

3.
Una vez rodé una película doble en una fábrica de espejos (y es que todo lo que sucede en una fábrica de espejos es doble).
Me habían encargado hacer algo relacionado con la mezcla de razas y el multiculturalismo, pero yo no estaba dispuesto a convertir aquello en una pantalla llena de colores y de tópicos. La primera decisión que tomé fue la de rodar gran parte del trabajo en blanco y negro. Después le pregunté a mi padre si conocía a alguien que trabajara en una fábrica de espejos. Terminé contactando con el encargado de calidad de una empresa llamada Vidrala, especializada en la fabricación de espejos de gran tamaño. El señor me invitó a la fábrica, me dejó grabar durante toda una jornada y llegó a explicarme con gran detalle la diferencia entre cristal, espejo y vidrio.
Cuando uno graba el automatismo rítmico de las máquinas entiende perfectamente a Picabia, a Duchamp e incluso a Marinetti. El dibujo que forman los engranajes, las ruedas, los tornillos y las planchas es totalmente hipnótico. Los trabajadores en cambio me parecieron demasiado normales. Yo había supuesto que eso de trabajar durante todo el día frente a uno mismo podía dar más juego. Incluso había imaginado que eso de crear espejos podía tener algo de metafísico. O por lo menos de borgiano. Pero en el tiempo que pasé en la cantina de la fábrica junto con los del turno de espejos no encontré nada especial. Hablaban del Athletic de Bilbao, de programas televisión y de un compañero que estaba de baja por un problema en la espalda. Pero nada de dudas de identidad o existenciales.
Eso sí, todos iban muy bien afeitados y ninguno de los que me crucé en la fábrica llevaba barba.

4.
También mientras preparaba aquel proyecto sobre heterónimos, identidad y la mezcla de uno mismo con uno mismo, vi en varias ocasiones Persona (1966) de Ingmar Bergman.
“¿Puedes ser una y la misma persona a un tiempo? Quiero decir, ¿yo era dos personas?”.
“Nadie pregunta si es real o irreal, si tú eres verdadera o falsa. La pregunta sólo importa en el teatro. Y casi ni siquiera ahí”.
La manera en la que las dos actrices protagonistas -Liv Ullman y Bibi Andersson- terminan fundiéndose me sigue pareciendo totalmente inquietante. Casi tanto como el extrañísimo encuentro entre Naomi Watts y Laura Elena Harring en Mulholland Drive (2001) de David Lynch.

5.
Daisy Diamond, del director danés Simon Staho, es una película que no va a estrenarse nunca. Por lo menos por acá (y "acá" en este caso abarca todo el territorio existente entre Bilbao y Montevideo).
Daisy Diamond es una adaptación rarísima de Persona de Bergman. Es también una película difícil, imperfecta, arriesgada, sin red, perdida, que acierta y que no acierta, que convence y se hunde, que hipnotiza, que cansa, que exaspera, que hace que la gente se vaya y que provoca discusiones con la taquillera del cine y con uno mismo.
Pero por lo menos lo intenta.
- ¿Qué intenta?
Construir una película basada en primeros planos de su actriz, Noomi Rapace. Por eso recuerda a La pasión de Juana de Arco (1928) de Dreyer. Incluso hay una secuencia en la que la actriz se rapa el pelo con unas tijeras y yo siempre he sentido debilidad por ese tipo de imágenes.
A mí me gusta que en el cine sucedan cosas y por un momento, durante el pase de esta película en San Sebastián, bastaba el rostro del personaje de Anna para que sucedieran todas las cosas que pueden suceder en una película. No hacía falta nada más.

6.
Paseaba cerca del mar frío de San Sebastián cuando me acordé del libro de memorias de Liv Ullman, del rodaje de una película en una fábrica de espejos, de lo lejos que a veces está todo, de lo cerca que a veces parece el otro lado y de lo extraño que es eso de afeitarse la barba mirándose a uno mismo.
Después se hizo de noche.
Después se hizo de día.